Diseñamos la Iglesia del Espíritu Santo en Santiago de Chile con dos compañeros de tesis y luego en Francia participé terminando los planos de la iglesia de Firminy, un proyecto inconcluso de Le Corbusier, heredado por José Oubrerie con quién trabajé. En Costa Rica diseñamos un oratorio para una empresa, que desafortunadamente nunca se construyó.
Un monasterio para Hermanas de clausura es diferente. Entender esto fue importante antes de diseñar. Conocer y luego entender lo que significa la vida en un monasterio y sentir de cerca la disciplina y el rigor con que ésta transcurre. No cabe duda que las Hermanas dan muestras de una entrega espiritual que conmueve y que resulta inspiradora. Hay alegría y satisfacción dentro de la austeridad de la rutina del claustro, tan alejada del ruido de la sociedad contemporánea. Es el silencio quien permite escuchar mejor los sentimientos más profundos del amor, para entregarse a Dios por la oración.
En el Monasterio de la Anunciada la experiencia fue nueva como arquitecto y como persona, porque es imposible quedar indiferente a la vida de las Hermanas que llevan una vida de clausura con esa obediencia y devoción.
Los requerimientos funcionales eran básicos. Las Hermanas se conformaban con lo más elemental por lo que fue necesario poner énfasis en lo que es esencial a la arquitectura y no en los acabados ni en los materiales de moda: el espacio y su potencial para transmitir emociones.
El lote era una buena base, tranquilidad, vistas hermosas y amplias, con el espectáculo diario de luces y celajes del cielo tropical como un regalo de la Naturaleza. Los pabellones de los dormitorios y del comedor de la comunidad son funcionales y cumplen a satisfacción con lo solicitado. El acceso es acogedor, como debe ser una casa de Dios y el corredor, para las 5 procesiones diarias, disfruta del paisaje sobrecogedor y de la imagen de Cristo en el calvario. En la capilla, lugar de recogimiento y de plegaria, el espacio se luce con esplendor y, aunque es muy austera, su espacio conmueve y sorprende, cuando se colorea con la luz.
El padre Charles Honoré, venido de Francia para la Consagración del Monasterio, ofició misa varios días y comentó: "debo confesar que sin ser un apasionado de la arquitectura moderna, he sentido, al rezar en la capilla, un gozo y una satisfacción especial. El rezo es un acto que sale de las entrañas y aquí esto se ha facilitado porque el espacio de la capilla me conmovió". Es seguro, palabras más palabras menos, que el padre Honoré estaba refiriéndose a lo más sublime de la arquitectura, que es exaltar los sentidos y conmover. La misión superior de la arquitectura se había cumplido. |
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