La problemática de los centros comerciales en los barrios periféricos es abordado aquí como una oportunidad para crear un lugar de encuentro en un barrio carente de ellos. En un país lluvioso, la vida social urbana sólo se da protegida del sol y de la lluvia. Así, los grandes espacios techados cobran vida y animación. Se trata pues de crear un espacio germen de vida social urbana en un barrio periférico, de baja densidad. La orientación hacia el interior de todos los locales provee de la animación necesaria y atractiva. En respuesta a la baja densidad y baja altura (dos pisos), se diseñó con volúmenes bajos en los bordes y con doble alero, con el fin de dar escala.
La fachada larga de la casa de adobes colonial, con su alero profundo se retoma aquí. El techo con grandes pendientes, que evacúa rápidamente el agua, por su extensión se fraccionó en 9 pirámides con canoas de concreto internas en los pasillos, formando una red. La claridad interior, con luz natural, viva y cambiante, es parte del carácter de un espacio interno para el encuentro. El encuentro aunque es un acto tan propio de la ciudad y de los centros tradicionales, en la actualidad se ha visto frustrado por diversas razones.
Estos centros comerciales representan para el arquitecto una oportunidad para recrearlo: se trata de un acto que deriva de la función prosaica del comprar. Si damos la ocasión y el lugar, el acto surgirá. Espacios amplios y transparentes, donde la vista fluya, y asientos a la sombra son lo necesario para el conversar. El agrado de este espacio reside en el uso de las pirámides ventiladas e iluminadas por su base, tal como se usó en las casas con zaguanes de principios de siglo XX.
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